La metamorfosis
Una mañana se pusieron a jugar al escondite y le idearon un lugar seguro donde esconderse. Aquella criatura apenas sabía hablar, pero le pareció gracioso y se sentía orgullosa y feliz de que hubiesen contado con ella para jugar. Confiada y segura de que la decisión que habían tomado era la acertada, se metió.
Era un armario algo desvencijado, pero suficiente para su cuerpo menudo y ágil. Estaba feliz con ese reto y segura de que no iba a defraudar a nadie.
—Cuando contemos hasta cien te avisaremos para que salgas —le dijeron.
Le pareció intrigante y divertido y allá que se metió. Se encajó como pudo entre ropa con olor a naftalina, bolsos y plásticos de diferentes tamaños colgando de percheros. Al principio se sintió incómoda y algo perpleja… Tenía miedo, pero confiaba.
Como no sabía contar, esperaba el aviso de los demás y permaneció inmóvil, solo con el latido de su corazón como compañía… Olía las ropas y se imaginó un mundo donde todas esas ropas, bolsos, abrigos habían estado entre gentes, conversaciones… Allí se quedó dormida.
Despertó y, al parecer, nadie había contado hasta cien; y como no sabía contar tampoco podía distinguir cuánto tiempo podía ser eso… si cien era un minuto o una vida entera.
El tiempo que permaneció lo desconoce; a medida que avanzaba, sus ojos empezaron a distinguir entre la oscuridad las formas de cada objeto… Quizás —pensó— era más apetecible estar allí. Empezó a acomodarse en ese breve y angosto espacio. Ahora escuchaba el latido de su propio corazón y estaba segura de que eso era algo bueno e importante. Al poco tiempo su olfato se agudizó y distinguía la naftalina nueva de la añeja, los restos de olor a tabaco camuflados por intentos de haber sido aireados… Descubrió un mundo en cada olor, en el que ideaba la charla que había precedido a cada prenda puesta en la persona antes de haber sido colgada en el armario.
En ese mundo que empezaba a absorberla vislumbró una tenue rendija de luz; no una luz cualquiera, era una luz blanca y radiante de la que antes no se hubiese percatado. Con más claridad se dio cuenta de que no era una luz que entraba, sino que salía. Momentos más tarde —o casi simultáneamente— oyó una voz que le decía:
—¡Puedes salir, hemos terminado de contar hasta cieeeeenn!
Pero ya no encontraron a nadie allí dentro, solo un rayo de luz que escapó para dar más forma a la claridad del día.
CARLOS. 14/07/2019. Para María José.